Perdona si picaste en esta entrada pensando en divertirte un rato. También los sanitarios tenemos nuestros días y nos necesitamos desahogar. Es lo que me apetece a mí hoy, tras un turno de noche un tanto enrarecido.
Había comenzado en la Unidad de Cuidados Intensivos del hospital donde echo mis ratitos (ese día que tienes éxito y que la de recursos te ha llamado después de toda la semana sentada entre telarañas al lado del teléfono para ofrecerte un contrato).
Entre mis clientes, contaba con Don Evaristo, un señor afable que llevaba varios días ingresado con nosotros, que ya estaba bastante estable a pesar de sus dolencias cardiacas, y que andaba peleándose con el mando de la cama, para no variar...
-¡Violeta hija! Anda y súbeme la camita que tengo el culo echando fuego. ¡No tanto! Ahora más abajo, un pelín más... ahí.
(Tengo la sensación de haber dejado a mi amigo Evaristo con la cama justo en el mismo sitio...¡pero en fin!).
Tras darme el cambio de mi primer cliente, pasamos al segundo. Miguel. No era tan mayor, pero estaba muy fastidiado. En su monitor la cosa pintaba fea; y él, estaba sedado y con un tubo para respirar. Al parecer, encima, no era la primera vez que nos visitaba, y tras intentar hacer de todo por él lamentablemente, parecía que iba a ser la última.
Según terminé la ronda, revisé que todo el material estuviera en orden, gráficas, medicación e historias, cuando apareció el médico para dejarme unas instrucciones.
-Procura que esté cómodo, yo voy a avisar a la familia de que ya se va acercando el momento.
"Procura que esté cómodo" resonó en mi cabeza. Siempre que pasan estas cosas te planteas qué haría la persona si se viese en esa situación, qué es lo que más le gustaría hacer, qué es estar cómodo para él. o a quién sería la persona que más le gustaría ver. La cabeza da vueltas y vueltas, hasta que te recuerdas que tú no estás ahí para eso, y que hay barreras que mejor no franquear. Así que hice lo mejor que pude y supe para que estuviera confortable, siempre revisando las medicaciones que le mantenían en esa paz.
Entonces llegó la llamada. El médico se mostró muy amable y cercano "está muy malito... no sabemos cuánto tiempo..." Yo estaba preparando una infusión para don Evaristo mientras, que me prometió picándome el ojo que se la tomaría toda antes de ponerse a descansar. Me detuve a pensar en lo difícil que tiene que ser comunicar ese tipo de noticias, en cómo disfrazarlas para que la familia pueda acudir lo menos alarmada posible, sobre todo cuando no se lo esperan.
Ufff, la familia. Siempre es lo que más me cuesta. No por hablarles, o atenderles, sino por verles sufrir. En el fondo el paciente en muchas ocasiones ya no es consciente de nada... pero ellos, están ahí, sufriendo, viviendo su proceso de duelo... Y tú tienes que ser fuerte y ayudarles en lo que puedan necesitar, y ser empática por las emociones que puedan manifestar... Poco a poco con esa idea me fui sintiendo más chiquitita, intenté respirar hondo y mentalizarme por todo lo que pudiera venir a continuación. Al fin y al cabo ¿quién soy yo en esta historia de despedida? Nadie, solo la que le tocó el turno, la que le tocó darle medicación o estirarle la cama, la que apuntó la gráfica y poco más. Ni amiga ni familiar ni compañera ni nada. Yo no era nadie.
-Violeta, ya ha llegado la familia ¿le podemos decir que pase? Me preguntó uno de mis compañeros.
Repasé todo mentalmente por si hubiese algo pendiente.
-Sí, por mí todo OK- me limité a contestar.
"respira y no hagas la idiota" pensé. Me senté en el ordenador mientras para adelantar cosas, entre validar medicación, revisar los cuidados, las peticiones de analíticas pendientes... Y el tiempo pasó, y nadie vino.
Pasó de nuevo por mí el compañero que me pidió permiso y le pregunté: ¿Y la familia?
- Han decidido no entrar, están hablando con el médico. Prefieren no venir.
Otra vez mi cabeza dio vueltas ¿por qué? ¿pensarán que sufre? ¿Se llevarían mal? ¿qué les pasará para no querer entrar? No lo entendí. Pero procesándolo, intenté pensar en todos sus motivos ¿Y yo qué haría? ¿y qué es mejor? Intenté no divagar más en ello. Tras terminar todas mis tareas, ahí seguía, poco a poco abandonándose y yo, con mi cara-caballo sin saber qué hacer. Sus familiares no querían entrar, por el motivo X, justificado o no, ese no era mi problema. Pero él estaba ahí, solito, en su último momento. Así que me senté y esperé con él.
Unas cuantas horas más tarde, uno de mis compañeros de turno me pidió ayuda con una vía. Sólo fue dos minutos. Sólo fue entrar y salir. Y cuando regresé, se había ido. Se marchó. Su último momento pasó.
- Nos vemos en la otra vida- le dijo el auxiliar que me tocó esa noche conmigo.
Esto es parte de nuestro trabajo, y parte de la vida. A veces hace que me vaya a casa muy reflexiva, sobre si estoy aprovechando mi vida, sobre cómo me comporto conmigo misma y con los demás. La vida es un ratito, y hay que aprovecharla y llenarla de felicidad y no esperar a decir lo que piensas o sientes, no dar el paso por miedo, a no vivirla.
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